Saliste por patas cuando te conté al detalle.
Tu efervescéncia recauda en mi paladar una gama de sabores comparables al primer trago, de un zumo que abandoné en la nevera para los fondos, en 2013.
Nunca fué una buena inversión.
No creo que tampoco lo sea retrogradar en demasiadas ocasiones sobre la misma moneda.
Aún y así lo hago. Volcar y enterrar el mismo coso en descomposición que a su misma vez desentierro, y enseño a los cuervos.
Días que llueve en mis adentros.
Prefiero desayunar ortigas crudas.
Un mal trago, dos.
Abro la nevera y saco ese jodido y avinagrado zumo.
A continuación lo pruebo y escupo que es culpa tuya. Que de mi no hubiera brotado semejante estupidez.
Pero es que la nevera es mía. Y la idea absurda de pagar un puñado de mierdas que no estoy dispuesta a beber.
