Te alejas al ritmo de un verde anochecer del pino disipandose en la amargura de un lento paisaje de otoños cabalgando en mi copa.
Me bebo las ganas de compartir contigo. Bajo del tren. Al salir contemplo un mapa roto. Callejero de cloaca, no necesita mapa. Pregunto por Jaime. Otro que me da por loca.
-Que no estoy loca coño!-
Son las once de la noche, voy a ser caballo libre por los bosques. Despreocupado, el viento acariciará mi sien y eso es todo lo que tengo.
Pero tú, monte de piedras que ni la nieve divisa no puedes verlo pero me miras. Me miras, me miras y lanzas flechas de tu mas casual y evidente mueca irritante del verbo «tener» y mis entrañas que vomitan ansiedad responden tragando saliva y acelerando el paso. Gacela, siendo olfateada. Sentimiento de animal cojo en una sabana.
Ojalá tener dientes punzantes, que con una sonrisa te arranquen el hambre voraz esa que te tiene tan poseído y conduce a tu cuerpo a hacer tales cosas brutales, como no hacer caso, o solo quererme. Que vayas solo a tu paso, o que al volcar otro gramo, no te sientas tan payaso.
No necesito que me acaricien el pelo con vehemencia, y que en breves tus manos se llenen de insuficiencia.

Solo espero que tu rastreador gasífico no me siga hasta la boca del metro.